lunes, 10 de octubre de 2011

Personal Jesus vol. I

Y volvían a llamarme. Al parecer les gustaba, y no logro a entender por qué.

-¡Vamos a grabar otra vez más, pásate en seguida!

Y yo volvía. Y afinaba. Y calentaba, y miraba, receloso, al amplificador que me ponían delante. Ese viejo cacharro sonaba que daba gusto.
El sueño de un blues de los 60
¿Mi sueño?

Y volvía a conectarme, miraba de nuevo al amplificador y luego al grueso cristal que nos separaba a mí y al resto de músicos de los productores y técnicos de grabación. Como de costumbre, tenía delante un par de folios en blanco y un bolígrafo con poca tinta para anotar lo que se me ocurriese a lo largo de la grabación.

Y como de costumbre yo no haría caso de esos folios y almacenaría las pocas ocurrencias que surgiesen en mi memoria.

Y como de costumbre empezamos a tocar. A toda pastilla, los dedos resbalando, sudor (
¿ya?), cortes, arranques a marchas forzadas, cambios de ritmo, toca de nuevo esa frase, vuelve a mirar al amplificador.

Y así transcurrían mis días. Luego, salíamos todos del estudio y un par de tipos con trajes caros se me acercaban y me estrechaban las manos.

-Enhorabuena, lo has vuelto a conseguir. Esto saldrá el mes que viene y al siguiente os vais de gira.

Yo no tenía ni puta idea de qué es lo que ese tipo con gafas de sol me estaba diciendo.
Había improvisado cada nota de esa composición y aún así la gente le felicitaba. Si esperaban que fuese capaz de reproducir eso en un directo...

Pero de eso habría que preocuparse otro día.
Otro día.
Otro día.
Ahora solo falta la heroína.


Y así transcurrían mis noches. Entre alcohol, heroína, mujeres, hombres con ropa sucia, sangre y algún que otro corte con aspecto insano.

Y sobrevivir un mes más con el sueldo que me llegaba de la productora.

Gracias.

Con miedo, abrí la puerta. Ya estábamos otra vez. La misma furgoneta, los mismos compañeros, los mismos instrumentos, la misma sensación de demasiado sudor frío en la espalda y demasiada poca inspiración en las venas.

Ahora se llama así.

La misma sensación de que todo le iba a salir mal, de que le iban a mirar mal...
Acto seguido le vino una sensación de pasotismo total.

Qué coño importaba la gente. Ahora era de nuevo la música contra él. A un solo asalto. A ver qué pasaba esta noche.

¿Cuánta gente?

-Oye Carlos, ¿cuántos eran hoy?
-¿De espectadores? Las entradas estaban agotadas desde la 1ª semana. Lleno.
-Cuántos.
-Treinta.
-Joder.
-Sí, joder, pero no nos asustan ¿no?

Carlos era imbécil. “Pero no nos asustan, ¿no?”. Era muy fácil para un técnico de sonido no asustarse ante treinta mil personas, cuando todo su trabajo estaba hecho y no tenía más que sentarse en su puta silla del IKEA y echar mano de una bolsa de doritos para pasar el rato que durase la actuación.

Definitivamente Carlos era imbécil. Imbécil y un tío afortunado. Treinta mil personas. Aproximadamente el cuarenta por ciento de las ganancias de aquella noche para el equipo de producción y técnicos. Cuarenta por ciento de ganancias que se convertirían en droga para el alma y en nuevas ganas de joder a los músicos.

Yo no aguantaba más las ganas de volver a mi apartamento, bajar todas las persianas, liarme uno y huír, huír, huír y no volver. Hasta la próxima llamada.

Pero ahora tocaba tocar. Joder, que nervios. No podía, no iba a poder.

Necesito un pico. Un pico. Un pico.

Y entramos. A hurtadillas por detrás, como siempre. Instrumentos en mano.

Vamos allá.

Los teloneros aún no habían acabado. Esos cabrones tocaban de cojones, casi podríamos ser nosotros sus teloneros, qué maravilla.

Salieron los teloneros envueltos en sudor y gloria. Habían triunfado, sus maquetas se iban a vender como LSD en los 60, y pronto tendrían su propia gira aparte de nosotros. Los aplausos sonaban cada vez más fuertes. Una voz (o eso me parecía) nos llamaba al escenario. La gente coreaba nuestro nombre y yo estaba cada vez más nervioso.

¿Cuánto tiempo había pasado ya?
Demasiado. Demasiado tiempo desde cualquier cosa. Desde el último bolo, desde el último pico, desde el último fiasco.

Y ahí estaba de nuevo. Alguien me dijo que había fallado no-sé-qué-cable.
Da igual, cojo otro. Aún hay tiempo.

-¡Date prisa, joder, os esperan!

Carlos es imbécil. Definitivamente es imbécil. Me cuesta trabajar bajo presión, no aguanto los gritos, creo que es la peor manera que tiene la gente de comunicarse.

¿Y qué me dices de la música?

Demasiado tiempo desde cualquier cosa.
Tropiezo con la percha del micrófono de Anthony.

-Lo siento.

Y suena mi música.

Carlos es imbécil, pero hace bien su trabajo. Mi guitarra sonaba genial. Un sonido muy cálido que iba a escuchar hasta el último crítico de nuestra banda. Un sonido que iba a gustar hasta el último cínico. Y como la última vez, me sentí como en casa. Una casa enorme, muy bien iluminada, mucha ventilación, lo habitual en un estadio. Y treinta mil personas. Treinta mil personas más técnicos, periodistas, guardias de seguridad, grouppies, tipos ágiles que logran colarse y demás personas funestas.

¿Alguna vez has visto a treinta mil personas juntas? Están todas pendientes de lo que haces. Estaban todas pendientes de lo que yo hacía. Así que tenía que dar la talla. Pero eso no sería problema para mí, según Anthony.

Anthony siempre sabía como reconfortarme. Ya fuera con palabras o con una calada, me daba fuerzas para que la siguiente nota sonase tan alta como la anterior y no hubiera disonancia en la grabación, cosa que a veces era casi imposible. No hablemos ya de una actuación en directo.

Me encanta mi guitarra. Mis compañeros dicen que con lo que gano podría tener 5 más pero yo les insulto y les digo que la mía es perfecta. Porque lo es, es mi mejor herramienta y no necesito ninguna más para este tipo de actuaciones. Los metaleros pueden necesitar una guitarra cada 2 canciones pero mi Stratocaster es absolutamente todo terreno. Todos los cambios que yo quiera realizar los hago con el pie, al mando de aproximadamente diez pedales diferentes. Vaya, al parecer a Carlos no le parecía buena idea que esta noche usase el Compressor. Como decía, nueve pedales diferentes.

¿Cuánto rato llevamos ya?
Aún ni hemos descansado y yo me estoy muriendo de sed. Los coros de nuestra anterior canción son demasiado altos para mí, pero Anthony insiste en que puedo con ellos.

De nuevo.

Y nos vamos del escenario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buscar este blog